Las pantallas están teniendo un impacto negativo en niños y adolescentes en diversos aspectos, como la violencia, el individualismo y la soledad. La doctora María Velasco, reconocida psiquiatra infanto-juvenil, nos advierte sobre esta problemática y nos ofrece su perspectiva sobre la crianza en la sociedad actual.
La doctora Velasco, con una amplia experiencia en el campo de la salud mental, ha observado cómo los niños y adolescentes pierden valiosos elementos a medida que crecen, como la esperanza, la ilusión y la creatividad. Además, destaca que, a pesar de las circunstancias difíciles, los jóvenes siempre anhelan la conexión con sus padres, incluso en situaciones de maltrato o negligencia. Así, la doctora nos recuerda que los padres siempre tienen la oportunidad de reparar y fortalecer su relación con sus hijos, independientemente de los errores pasados.
En relación con la influencia de las pantallas, la doctora Velasco señala que la infancia temprana y la adolescencia son etapas críticas debido al modelamiento cerebral. Durante la infancia, se establecen las «autopistas» neuronales que conforman las bases de nuestra identidad y habilidades. En la adolescencia, con la reactivación hormonal, se produce una «poda sináptica», en la cual se eliminan las conexiones neuronales menos utilizadas. Por lo tanto, la infancia y la adolescencia son momentos clave para el desarrollo cerebral y la formación de habilidades.
En la sociedad actual, los padres se sienten perdidos debido a la sobreinformación y a la necesidad de desafiar los enfoques tradicionales de crianza. La doctora Velasco sugiere que confiemos en nuestro instinto y observemos las respuestas de nuestros hijos. Si sentimos inquietud o insatisfacción, es importante reflexionar y ajustar nuestro enfoque. Asimismo, debemos asegurarnos de que nuestros hijos estén adaptados a la frustración, sean capaces de construir sus propias vidas y tengan habilidades sociales y emocionales saludables.
Las pantallas interrumpen, postergan, incluso cancelan esa danza de interacciones indispensable para la maduración. Los bebés nos miran ya través de su mirada o sus gestos se relacionan con nosotros mucho antes de que puedan llamarnos por nuestro nombre. También lo hacen a través del llanto. Un adulto atento y conectado con el bebé/niño ve, observa, comenta, celebra, interpreta y pone palabras a lo que está viendo. A menudo mejoran lo que ven con su respuesta y reaccionan en consecuencia. Consuelan, abrazan, levantan, entretienen y maravillan, o alimentan, adormecen, cambian pañales, abrigan, o desnudan… Son tantos los intercambios importantes con ellos que acompañan su segura y confiada integración en el ser humano.
¿Qué pasa cuando la mirada o el gesto del niño no encuentra respuesta? ¿O cuando sucede muy raramente, con un retraso significativo, o solo en respuesta a fuertes demandas? Los niños pueden dejar de buscar esas interacciones, darse por vencidos y aislarse, tratando de arreglárselas solos. Sin embargo, esto empobrece su desarrollo. Alternativamente, pueden volverse disruptivos, portarse mal, tener accidentes o enfermarse. Se dan cuenta de que en esos casos los adultos sí responden, probablemente no como a ellos les gustaría o como a ellos les conviene, pero al menos logran que se acerquen.
Especialistas alertaron, además, que hasta los cinco años el máximo aceptable es una hora diaria, siempre con contenidos de alta calidad didáctica. Un estudio demostró que cuanto mayor es el tiempo frente a pantallas entre los dos y los tres años, menor fue el rendimiento encontrado en las pruebas de evaluación del desarrollo.
Los niños no solo nos miran y aprenden a relacionarse con la tecnología de la misma manera adictiva y desconectada que ven en nosotros, sino que también entienden que no prioridad o que no parecen interesantes ni atractivos. No todo el tiempo, pero necesitan momentos de nuestra presencia real: incondicional, disponible, interesada, empática. También necesitan que exista un referente con la capacidad para regularlos y así enseñarles a regularse a sí mismos. De esa manera, establecen el vínculo seguro que necesitan para crecer sanos y felices.
Es importante estar muy atentos a la cantidad y calidad de atención que se ofrece a los niños, y cuantas veces el “ping” de los teléfonos interrumpe las interacciones y aleja el contacto entre padres e hijos. Ese «ping» arrastra a una profunda falta de atención en el entorno y, sin darnos cuenta, nos desconecta de ellos. Se pierde la capacidad de verlos, de responderles.
Por otro lado, cuando están tan absortos en las pantallas que les cuesta salir de ellas, es tarea de los padres enseñarles a regular su uso porque los niños de hoy necesitan lo mismo que las generaciones anteriores: tiempo para practicar y aplicar sus habilidades interpersonales en situaciones reales. Cuando nosotros, o ellos, o todos nosotros, estamos en las pantallas, esa tarea se interrumpe.
La crianza se trata de desarrollar capacidades emocionales e intelectuales, y los niños necesitan el contacto físico, el juego y la experimentación para crecer adecuadamente. Las pantallas, especialmente con contenido inapropiado para su edad, pueden interferir negativamente.