El inicio del reloj transportable comienza en el siglo XVI con su prototipo de bolsillo o de cadena. Su origen es controvertido, ya que no se encuentran registros históricos sobre quién fue el inventor, pero frecuentemente se lo atribuye a Peter Heinlein. Este mecánico alemán fue el creador del muelle del volante, que es, básicamente, lo que hace que se muevan (coordinada y precisamente) las agujas del pequeño reloj.
Dos siglos después, un reconocido inventor suizo llamado Abraham Louis Breguet creó un reloj pulsera para Caroline Murat, reina de Nápoles y hermana menor de Napoleón. Y en 1868, la firma ginebrina Patek Philippe crea el primer reloj suizo de este tipo para la condesa húngara Koscowicz, hecho con correa de oro en forma de eslabones y piedras preciosas incrustadas alrededor de su forma circular. Sin embargo, las damas de la época todavía preferían el viejo reloj de bolsillo por el bajo costo de adquisición.
A comienzos del siglo XX, el ingeniero y aviador brasileño Alberto Santos Dumont buscaba una manera de marcar la hora exacta de su vuelo, que no podía hacerlo con un reloj de bolsillo sin perder el control de la nave. Entonces, su amigo Louis Cartier le diseña un prototipo con correa de cuero para que lo pudiera atar a su muñeca. Santos Dumont lo utiliza al batir el récord mundial de aviación (un vuelo de 220 metros) el 22 de noviembre de 1907. La medición del Cartier fue exactamente igual a la de los cronometristas oficiales. El ítem causó tal impacto que la marca salió al mercado masivo con “Santos”: el primer reloj pulsera masculino de la historia.
Ya en el contexto de la Primera Guerra Mundial, Cartier y Philippe envían a las tropas relojes de muñeca realizados con correas de cuero y protector de metal para el vidrio. Con esta impecable maniobra publicitaria que demostraba su utilidad y durabilidad, el marcador del tiempo termina siendo adoptado masivamente, convirtiéndose en un ítem infaltable, tanto femenino como masculino.
El reloj pulsera, para las mujeres, era considerado una alhaja más. Los había de forma rectangular, redonda o cuadrada; haciendo juego con los aros, collares y broches. Entre los hombres, hasta la década del ‘70, se impone el prototipo de malla angosta hecha de piel de cocodrilo, redondo y mecánico (que se atrasaba y había que darle cuerda) y, también, el famoso Rolex con malla de metal. En esa misma década aparecen los de cuarzo con pilas y se da el auge de la moda deportiva, la cual hace eclosión en los ‘80 con enormes relojes para hombre, que tenían cronómetros y sumergibles, mallas de goma y cuadrantes de colores. Japón pasa a ser el mayor productor de relojes, desplazando a las históricas marcas europeas ya mencionadas.
A la par del desarrollo de otras tecnologías y el surgimiento de nuevas modas, este objeto medidor de tiempo se fue modificando. Ahora los hay digitales, de tecnología led, recargables, conectados a internet, de plásticos, acrílicos, múltiples colores, con brillos, con mallas intercambiables, y más.
La cronología de este objeto demuestra que surge como un complemento estético de la mujer, casi un capricho de las mujeres más pudientes, en una época donde el tiempo no solía “volar” o “no era oro”, como así comenzó a valorarse a partir de la Revolución Industrial y la sociedad de consumo. En tiempos modernos se adopta masivamente, junto a la demostración que venía a cubrir una real necesidad emergente: la de medir períodos del día de una manera científico exacta. El reloj pulsera acompaña a las personas en esta función, pero sin dejar la moda de lado. Es un máximo caso de equilibrio entre funcionalidad y estética, por eso sigue vigente hasta estos días. A pesar de estar rodeados 24/7 de aparatos electrónicos que marcan la hora, es un complemento que jamás desaparece.