Por Sofía La Camera*
El uso de aparatos tecnológicos en la niñez es un tema que preocupa hoy día tanto a padres como a docentes y otros adultos responsables, lo cual se ve reflejado en el creciente aumento de consultas a Salud Mental vinculadas a esta problemática, o mejor dicho temática, ya que la intención del presente artículo es precisamente quitarle la etiqueta de Problema.
Entre los motivos de consulta, llegan familias o escuelas buscando orientación sobre qué hacer o cómo manejarse con estos niños –cada vez de menor edad- que prefieren aislarse con un celular o tablet, o cualquier otro tipo de pantalla, que no prestan atención o no están conectados con el entorno, que se aburren rápido, se muestran ansiosos y no pueden sostener una sola actividad de forma prolongada ¿Esto está bien? ¿Cuáles son los impactos? ¿Qué hacemos? ¿Deberíamos limitar el acceso? Son algunas de las preguntas. A la vez, el uso de las tecnologías funciona a veces como “chupete electrónico” para estos niños “nativos digitales”, término acuñado por el autor estadounidense Marc Prensky para referirse a aquel que nace y se desarrolla dentro de un contexto que lo familiariza con la cultura de las nuevas tecnologías.
De esta forma vemos cómo se entra en una encerrona que pareciera no tener salida: el uso de la tecnología se considera un problema a la vez que se ofrece por parte de los adultos como “solución” al mismo. Pero esta no es la única contradicción: se pretende restringir a los niños de los aparatos, cuando al mismo tiempo se incentiva su uso.
Es muy común hoy en día querer sacar a un niño la tablet o el celular, olvidando que este niño, ya nació inmerso en la cultura de la pantalla desde el mismo momento que su foto en la sala de parto, recién salido al mundo exterior, probablemente se viralizó por todas las redes sociales. Incluso mucho antes, cuando las fotos de sus primeras ecografías adentro de la panza ya circulaban en esas pantallas de las cuales luego se los pretende aislar.
¿No es este doble mensaje mucho más perjudicial que el uso mismo de las tecnologías?
El “a favor”, el “en contra”, y el “caso por caso”
A grandes rasgos, hay dos posturas divididas respecto al uso de tecnología en la primera infancia: los que se declaran a favor, y los que se declaran en contra. Estos últimos esgrimen acusaciones sobre los efectos nocivos y «altamente perjudiciales» que las computadoras, Internet, el acceso a las redes sociales, y demás tipos de videojuegos tienen sobre los niños: formación de adicciones, aislamiento social, contactos precoces con la pornografía, generación e instauración de un desinterés generalizado, bajo rendimiento escolar, incluso –en posiciones más extremas- autismo. Sin embargo, la mayoría de estas críticas surgen y se fundamentan en recortes de un fenómeno que es por definición extremadamente complejo y aún no tenemos estudios confiables que lo corroboren.
Ambas posturas, a mi entender, no toman en cuenta que debería ser el estudio de la singularidad de cada caso de lo que nos debemos servir los profesionales para dar algún tipo de indicación o contraindicación. No hay indicación que pueda ser válida para todos los niños, ni para todas las familias por igual. De hecho, lejos de dar consejos o respuestas acabadas, se trata de trabajar con las familias para que ellas sean quienes finalmente decidan qué es lo que mejor se ajusta a su estilo de crianza. Este enfoque de “Crianza Consciente”, que a menudo se confunde con una crianza “idealizada” o “blanda”, carente de “límites”, en realidad está íntimamente relacionada con el propio proceso de autodescubrimiento y conciencia de los padres y madres. Se trata, precisamente, de devolverle a esas familias la capacidad de decisión que creen haber perdido al verse abrumados por la cantidad de información sobre lo que “está bien” o “está mal”.
El problema no pareciera ser el uso y el atravesamiento de la tecnología en la infancia, sino la ausencia de adultos que conviertan este acto en un acto responsable, creativo, guiado, supervisado y compartido.
Hay casos donde el uso es una amenaza y de esto no cabe duda, sobretodo cuando hablamos de acoso cibernético, grooming, entre otros tantos peligros que rondan por internet. Pero también puede haber casos donde como terapeutas decidimos indicar, por ejemplo, a un adolescente con fuertes inhibiciones sociales la participación en un grupo de Whatsapp de compañeros del colegio para no quedar excluido de las reuniones o eventos que allí se organizan y así favorecer su socialización. En este último caso vemos el uso de la tecnología vinculado a un fin terapéutico.
La construcción del aparato psíquico y la incorporación de un nuevo “otro”
Algo que tiene para aportar el psicoanálisis es que el aparato psíquico no viene dado de entrada –sí su potencialidad-. Los seres humanos no nacemos con un aparato psíquico sino que este se constituye y construye en la primera infancia gracias a factores internos (constitución hereditaria) y externos (vivencias, experiencias, encuentro con los otros) que se complementan. Con esto, Freud daba cuenta de una constitución multifactorial. Esta idea de que el encuentro con el/ los otro/s en la socialización no sólo va a influir sino que va a moldear el aparato psíquico en vías de desarrollo, puede parecer hoy (más de un siglo después de su postulación) un tanto banal y hasta obvio, por esa razón es que hallo necesario volver a retomarla.
Las nuevas tecnologías han cobrado un papel tan preponderante y omnipresente que nos lleva a preguntarnos si hoy día pueden incluirse en la categoría de “otros significativos”, junto con la familia, la escuela, la comunidad. Es decir, como co-participantes en este proceso de construcción del psiquismo.
La posibilidad que nos ha dado la tecnología de poder estar donde no está el cuerpo sin duda tiene que tener algún efecto en la constitución del aparato psíquico en la infancia, y obliga a redefinir las categorías de tiempo y espacio en estos niños nativo digitales.
Otro efecto sondable, por otra parte, es que el uso de los aparatos favorece un pensamiento conectivo, pensamiento que no habla de un sujeto, no hay “sujeto que piensa” allí, sino que el sujeto se diluye en ese pensamiento. Hay conexión sin asociación, como por ejemplo cuando un niño de 2 años pasa y cambia los videos de Youtube.
Ahora bien, volviendo al título del presente artículo, ¿es esto un problema? Si estamos o no en presencia de un “problema”, no puede tener una respuesta acabada, al menos hoy. Tendríamos que dejar pasar algunos años para tomar una distancia temporal suficiente y óptima que nos permita abordar la complejidad del tema –aún nuevo- de forma objetiva. Mientras tanto, se trata de devolver a esos padres y familias la capacidad de discernimiento sobre lo que ellos creen que es mejor para esa familia en determinado momento, y de liberarlos de los clichés y rígidos argumentos de los planteamientos excesivamente academicistas.
* Psicóloga Especialista en Primera Infancia y Niñez – M.N. 53251